17 ABRIL 2020 DERECHOS DE LAS CAMPESINAS Y CAMPESINOS, DOCUMENTOS CLAVES (DERECHOS CAMPESINOS), SOBERANÍA ALIMENTARIA, SOLIDARIDAD INTERNACIONALISTA
Hoy, 17 de Abril de 2020, millones de productores de alimentos en todo el mundo, entre ell@s campesin@s, sin tierras, pequeños y medianos agricultores, pueblos indígenas, trabajadores migrantes, trabajadores agrícolas, pastores, pescadores, conmemoran el Día Internacional de las Luchas Campesinas. Mira nuestro comunicado oficial aquí.
En este contexto, La Vía Campesina está lanzando “Derechos Campesinos – Libro Didáctico” una versión ilustrada de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de l@s Campesin@s y otras personas que trabajan en áreas rurales (UNDROP). Dedicamos este trabajo a más de mil millones de personas que viven en áreas rurales, que existen y resisten el asalto al capital global. Además, hoy recuerda a los mártires que perdieron la vida y el sustento en la lucha por proteger su tierra, las semillas, el agua y los bosques en #ElDoradoDosCarajás y en el mundo. Esta Declaración defiende los derechos de ellos, de las mujeres campesinas y las personas de diversas identidades en todos los rincones.
La sociedad moderna se enfrenta a una crisis extraordinaria.
Es una crisis civilizatoria que se ha estado gestando a lo largo de cientos de años. En su centro se encuentran algunas “personas” [1], que hoy poseen y controlan más de la mitad de la riqueza global; explotan impunemente tanto a la naturaleza como a la humanidad en pos de generar ganancia. Las consecuencias de sus acciones son contundentes. Al momento de escribir estas palabras, la mayoría de la población mundial se encuentra en cuarentena. El COVID-19 y su impacto está presente en los diálogos públicos y privados en todo el mundo. Mientras algunos de los gobiernos se empeñan en intentar detener la propagación del virus y salvar a sus ciudadanos, las repercusiones económicas de la crisis amenazan con destruir los medios de subsistencia y las vidas de miles de millones de personas.
Nadie se ha librado del virus. Sin embargo, son los trabajadores y trabajadoras urbanas y rurales, migrantes, campesinos y campesinas y pueblos originarios, en su gran mayoría sin acceso a sistemas de salud pública de calidad, quienes se encuentran en la posición de mayor vulnerabilidad, al igual que las personas de mayor edad y con condiciones de salud preexistentes.
El miedo por la salud no es la única preocupación. En muchos lugares del mundo las fábricas están despidiendo trabajadores y trabajadoras y los gobiernos están cerrando mercados campesinos rurales y periurbanos. A medida que se implementan estrictas medidas de cuarentena, los productores y productoras de alimentos a pequeña escala tienen dificultades para comercializar su producción; los pescadores no pueden entrar al mar, los pastores no pueden arrear el ganado y se restringe a los pueblos originarios el acceso a los bosques. El resultado es un mundo que pronto se enfrentará a un incremento de hambre y pobreza, quizás varias veces más graves de lo que ya hemos visto en las últimas dos décadas. Mientras tanto, los Estados con tendencias dictatoriales encontraron en esta crisis una oportunidad de legitimar la vigilancia masiva, socavando los procesos democráticos y desmantelando paulatinamente la libertad de asociación y el disenso organizado.
Es factible plantear que el COVID 19 no es un problema en sí mismo, sino apenas un síntoma. La especie humana ya estaba viviendo al límite, con niveles récord en la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) y la temperatura del planeta elevándose a un ritmo sin precedentes. En 2019, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés) publicó un informe titulado “Cambio climático y tierra” [2], que una vez más expuso el impacto devastador que la agricultura y sistemas de ganadería industriales han tenido en la tierra, los bosques y el agua, al igual que en las emisiones de GEI. Algunos meses después del lanzamiento del informe del IPCC, incendios forestales se propagaban implacables a lo largo del Amazonas, de Australia y de África central, recordándonos la espeluznante frecuencia que las condiciones climáticas extremas alcanzan en este siglo. Los grandes latifundios y el agronegocio transnacional no solo ejercían una exigencia inmensa sobre los recursos finitos del planeta, sino que también ponían en enorme peligro la salud de todas las formas de vida, incluyendo a los humanos. Son varios los estudios documentados que ya han revelado cómo la gripe y otros patógenos surgen de una agricultura controlada por las empresas multinacionales.
Pero este complejo agro-industrial no se construyó en un día. El principal facilitador de este sistema ha sido el capitalismo y las políticas económicas neoliberales que permitieron su expansión sin restricciones. Impulsados por la codicia y avalados por poderosos intereses corporativos, los defensores del capitalismo reemplazaron la naturaleza con fábricas de ladrillo, chimeneas e invernaderos industriales. Construyeron ciudades como motores de nuestra actividad económica prestando escasa atención a la biodiversidad del planeta. En el proceso, descuidaron los pueblos, las costas, los bosques y a las personas que allí habitaban. Talaron árboles para establecer grandes plantaciones o construir complejos de lujo para turistas adinerados y perforaron la tierra en busca de minerales. Al mismo tiempo, despojaron de su tierra a millones de personas que coexistían con esos entornos. Unos pocos privilegiados impusieron a los pueblos del mundo un modelo único de industrialización. Las personas que se resistieron fueron ridiculizadas, perseguidas, encarceladas y a veces asesinadas con impunidad.
Desde mediados del siglo XX, las corporaciones transnacionales y sus gobiernos aliados, con el apoyo eficaz de instituciones como la Organización Mundial del Comercio, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, firmaron acuerdos que no consideraban el costo humano de la expansión industrial. Los promotores de la globalización establecieron el marco de los Acuerdos de Libre Comercio fomentando la privatización de los servicios públicos y la desregulación al punto de eventualmente desmoronar los sistemas de salud pública y empujar a las comunidades rurales y urbanas a una vulnerabilidad extrema.
El COVID-19 ha expuesto brutalmente estas vulnerabilidades. Todas las grandes gripes que han sacudido a la humanidad en los últimos tiempos nos recuerdan el costo humano de esta expansión ilimitada orientada hacia la homogeneidad a costa de la diversidad. Los patógenos fatales que mutan en y emergen de estos agro-ambientes especializados son una consecuencia ocasionada por el sistema que reemplazó la producción local de alimentos saludables, variados y climáticamente apropiados por alimentos homogéneos, producidos en fábrica, que tienen el mismo sabor, ya sea en oriente o en occidente.
Los gobiernos hicieron caso omiso de las repetidas advertencias de movimientos sociales y la sociedad civil. Con la misma velocidad que se expandía el capitalismo, desaparecían de la narrativa cotidiana dominante las noticias sobre el campesinado, pescadores, pastores, artesanos y muchas otras personas que trabajan en áreas rurales. Al invadir el campo, el capital generó un mundo azotado por las guerras civiles, ambientes insalubres y gente enojada. La reacción de las personas ante estas circunstancias tan difíciles no siempre es agradable. En muchas partes del mundo, la frustración les llevó a buscar refugio en ideologías de derecha que se nutren del odio, el localismo y la división. Es importante reconocer que la sospecha y hostilidad de unos contra otros surge con fuerza en un mundo en el que es necesario luchar por recursos y una paga diaria. El capitalismo creó este mundo polarizado en el que la competición ha reemplazado a la solidaridad.
A pesar de esto, aún tenemos esperanza. La resistencia de los pueblos, liderada por quienes más hayan sufrido los efectos de estas crisis, con el apoyo de la fuerza del internacionalismo, la solidaridad y la diversidad, puede desmantelar el capitalismo y devolvernos un mundo socialmente equitativo y justo.
Desde 1993, por medio de La Vía Campesina, millones de personas que viven en áreas rurales han advertido al mundo del desastre en ciernes. Versión para imprimir aquí.
Luego de una década de movilizaciones y lucha para contrarrestar la creciente expansión del capital internacional, La Vía Campesina propuso e inició una campaña en pos de un instrumento legal internacional para la defensa de los derechos de los pueblos a sus territorios, semillas, agua y bosques. Durante 17 largos años, campesinos y campesinas, trabajadores y trabajadoras, pescadores y pescadoras, y pueblos originarios de Asia, África, las Américas y Europa negociaron con paciencia y persistencia dentro y fuera del Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, compartiendo sus historias de expropiación y desolación. Este proceso de negociación sirvió como catalizador para las y los cuadros del movimiento y les permitió abordar la campaña con mayor vigor. Organizaciones no gubernamentales aliadas, otros movimientos sociales de productores de alimentos, académicos y gobiernos progresistas también aportaron a generar y sostener el impulso que permitió la adopción de un mecanismo legal internacional.
El 18 de diciembre de 2018 estos esfuerzos finalmente dieron fruto y la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas adoptó la “Declaración de la ONU de derechos de campesinos y otras personas que trabajan en áreas rurales” (UNDROP, por sus siglas en inglés). Esta Declaración no solo considera a los campesinos y campesinas como meros “sujetos de derecho”. También reconoce a los campesinos y campesinas y las personas que habitan zonas rurales como agentes fundamentales para superar las crisis. Esta Declaración de las Naciones Unidas es un instrumento estratégico para fortalecer las luchas y propuestas de los movimientos rurales. Además, sienta una jurisprudencia y una perspectiva jurídica internacional para orientar la legislación y las políticas públicas en todos los niveles institucionales en beneficio de quienes alimentan al mundo.
El núcleo de la Declaración se centra en el derecho a la tierra, las semillas y la biodiversidad, así como en varios “derechos colectivos” anclados en la Soberanía Alimentaria. La Soberanía Alimentaria es el derecho de los pueblos a determinar sus sistemas alimentarios y agrícolas, y el derecho a producir y consumir alimentos saludables y culturalmente apropiados.
Además de contar con un artículo único dedicado a las obligaciones de la ONU, la Declaración también establece en cada artículo una serie de obligaciones y recomendaciones para los Estados miembros. Estos artículos en la Declaración explican no solo los derechos de campesinos y campesinas, sino también los mecanismos e instrumentos para que los Estados los garanticen. Ahora, la responsabilidad de su adaptación e implementación a los distintos contextos nacionales recae sobre los Estados miembros de la ONU, los movimientos sociales y la sociedad civil en cada rincón del mundo.
Este Libro de Ilustraciones explora distintos aspectos de la Declaración de la ONU. Por medio de imágenes poderosas, creadas con cuidado por Sophie Holin, joven militante y colaboradora de La Vía Campesina, su objetivo es dar a conocer la Declaración de la ONU y difundir sus contenidos en comunidades rurales. El libro, producido originalmente en inglés, español y francés, también estará disponible como un documento de acceso libre para la adaptación y traducción de movimientos sociales a idiomas locales.
Como La Vía Campesina, debemos utilizar esta herramienta para movilizar comunidades y organizar formación política. Es indispensable la aplicación de la Declaración de la ONU en los procedimientos legales en defensa de los campesinos y campesinas, al igual que hacer un llamamiento a la sociedad para el desarrollo de estrategias regionales y nacionales con el objetivo de lograr su implementación. Esta herramienta nos permite presionar a nuestros gobiernos y a las instituciones gubernamentales en todos los niveles para que cumplan con su obligación de asegurar la dignidad y la justicia para que quienes produzcan puedan garantizar la soberanía alimentaria de los pueblos.
La solidaridad entre las poblaciones rurales y urbanas, campesinas y trabajadoras, entre los productores y productoras de alimentos y sus consumidores es nuestra única arma contra el capital internacional. La educación de nuestro pueblo y la formación de nuestra juventud rural son elementos centrales de nuestra lucha. Exijamos el mundo que el capitalismo tan brutalmente nos arrancó. Insistamos en que esta tierra, esta agua, este bosque no son otra cosa que nosotros y nosotras mismas, nuestra vida. Este es apenas una herramienta más en esta gran lucha en defensa de la vida.
¡Internacionalicemos la lucha, internacionalicemos la esperanza!
#DerechosCampesinosYA
~ La Vía Campesina, Abril 2020